La 64ª Asamblea Mundial de la Salud, prendió las alarmas con la noticia que reducirá en 1.000 millones de dólares su presupuesto para los próximos dos (2) años. Se aprobó 3 mil 960 millones de dólares, casi 20 por ciento menos que los 4 mil 800 millones de dólares buscados inicialmente por los directivos de la OMS.
Pero la gravedad de la noticia esconde una realidad más preocupante: “Hasta hace unos seis años existía la norma de que el 51 por ciento del presupuesto de la Organización debía provenir de las cuotas regulares de los 193 países miembros, que se calculan con base en factores como la riqueza y el número de habitantes. Las contribuciones voluntarias, tanto de los Estados como del sector privado, no podían superar el 49 por ciento. Hoy, el 82 por ciento corresponde a aportes voluntarios”.
Esta preocupación ya se había anunciado en el “Informe de la reunión de consulta oficiosa sobre el futuro de la financiación de la OMS convocada por la Directora General” (enero de 2010), cuando se “admitió que la situación actual, en la que el 80% de los ingresos de la OMS dependen de las contribuciones voluntarias de los donantes, y que generalmente están destinadas a un fin específico, no es sostenible. A menos que esto cambie, no podrá lograrse una mayor concordancia con las prioridades acordadas. Los participantes estuvieron de acuerdo en que la mejora del desempeño está estrechamente vinculada con la forma como se financia la OMS”. El mensaje es claro: las prioridades de la OMS no son sostenibles en el contexto de las imposiciones de las contribuciones voluntarias.
Complicada la situación de la OMS que mediante un compromiso de reformas administrativas, financieras y de gestión de políticas, tendrá que confirmar el imperativo del mandato de ser la «autoridad directiva y coordinadora en asuntos de sanidad internacional». Pero si ya esto es importante y urgente, el tema de la gobernabilidad y sustentabilidad de sus programas deberá quedar “transparentado”, definiendo precisas regulaciones para resolver existentes y seguros conflictos de intereses al aceptar contribuciones voluntarias para cubrir el 82% de su presupuesto. “Bill Gates es el ejemplo más elocuente. Por sí mismo, representa casi el 10% del presupuesto de la organización. En 2008, el multimillonario fue el segundo mayor colaborador voluntario después de los Estados Unidos. Ese año, pagó 338,8 millones de dólares a la OMS. Para 2010-2011, contribuyó con $ 220 millones”. La lista de fundaciones que imponen programas y definen países es larga: Rockefeller, Rotary Club, Bloomberg. También están las corporaciones privadas de todo orden, como Novartis cuyo director de investigaciones Paul Herrling, fue nombrado miembro de un grupo asesor de la OMS y tendrá que decidir sobre la financiación de $ 10 millones de dólares que aporta su patrón y donde él mismo será ejecutor. La decisión de abandonar los apoyos también es de ellos, comprometiendo en materia grave la implementación de los programas de la OMS.
No vemos solución a esta situación, que por lo demás responde a las orientaciones de instituciones como el Banco Mundial que favorecen e imponen las alianzas Público-Privadas, las mismas que en países de América Latina han privatizado los derechos a la salud, educación y agua, con lamentables consecuencia sociales y políticas para los sistemas públicos.
¡El control del tabaco no es ajeno a esta situación!